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De la razón
para leer literatura

¿Por qué se lee literatura? Ante el interrogante siempre he respondido que  por la única, sencilla e infinita satisfacción de tocar cualquier horizonte: novelas, cuentos...  son los boletos de los viajeros inmóviles. Harold Bloom lo resumió por su parte con la frase “leemos para agrandar la vida” y encuentro en Javier Marías (Literatura y fantasma) que nos aventuramos en la literatura porque nos da reconocimiento: “A través de ella sabemos que sabíamos lo que ignorábamos que sabíamos hasta que lo leímos formulado o representado o contado”. 

Seguramente, muchos han experimentado los más grandes y decisivos impulsos para escribir —una simple carta a un amigo o un texto con más pretensiones— cuando se encuentran desolados, defraudados, desorientados o sencillamente tristes, antes que, para resumirlo con una palabra de muchos filos,  felices. Entonces, cómo no sentirse en un encuentro cuando leemos El maestro de Petersburgo, de J.M. Coetzee, donde Fedor Dostoievski afirma que “no se escribe desde la plenitud” al reflexionar sobre el destino de Pavel, su hijo.

 

De igual manera, hay a quienes desencanta tanto la humanidad que descartan ser padres, por lo que surge una inmediata identificación con Jakub, un personaje de Milan Kundera en La despedida: “Tener un hijo significa manifestar que se está absolutamente de acuerdo con el hombre. Si tengo un hijo, es como si dijera: He nacido, he experimentado la vida y he comprobado que es tan buena que merece ser repetida”. Ante la pregunta de otro personaje, completa: “Lo único que sé es que nunca podría decir con profunda convicción: El hombre es un ser magnífico y quiero repetirlo”.

Casi no hay nadie que al subirse a una buseta de transporte público no tenga el impulso inicial de sentarse junto a la ventanilla, ¿cierto? Pues somos Clara, la muchacha que “sonriendo para ella buscó asiento hacia el fondo, halló vacío el que correspondía a ‘Puerta de emergencia’ y se instaló con el menudo placer de propietario que siempre da el lado de la ventanilla” (Ómnibus, de Julio Cortázar). Asimismo, quién no sabe, como la escritora que protagoniza Lluvia, de Victoria de Stefano, que “cuando se está interesado en algo, todo converge a recordarnos ese algo. Todo se transforma en masa y levadura, en fermento de nuevas relaciones. En fuente de correspondencia entre nuestras afinidades internas y los fragmentos dispersos del mundo”.

Cualquier visitante habitual de la literatura sabe esto y habrá tantos catálogos de reconocimientos como lectores. Por lo demás, quizá sea esa capacidad de poner el foco sobre cosas a lo mejor sabidas por todos, pero que no todos saben que sabían hasta que las encuentran formuladas por la literatura, la que convierte a alguien en escritor.

Francisco Vallenilla, solo un lector

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