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Foto del escritorFrancisco Vallenilla

Agitación de una quietud

300 palabras sobre El polaco, de J.M. Coetzee



 

Beatriz está por cumplir 50 años. Casada y madre de dos hijos, su matrimonio es parecido a un amistoso contrato de convivencia: cada uno a su vida sin estorbar ni herir al otro. Es inteligente, aunque no reflexiva: sabe que mucha reflexión desactiva la voluntad. Pero será presa de lo dicho por ese pianista polaco de apellido impronunciable, reconocido por revitalizar la música de su compatriota Chopin con interpretaciones poco canónicas, a quien su grupo de promoción cultural ha invitado a dar un concierto en Barcelona. Aún vigoroso a sus setenta y dos años, la impresionan su amplio pecho y las manos grandes, no tanto la melena blanca. “Solo puedo decir que desde que te conocí mi memoria está llena de ti, de la imagen de ti (…) Me proteges. Tengo paz en mi interior”, fueron sus palabras. ¿Ella un símbolo de paz? ¿Qué persigue? ¿Poseerla? ¿Asegurarse alguien que lo cuide en sus últimos años? Si no le interesa el sexo y menos ser enfermera; si cuando estrecha su mano en una despedida tiene la sensación de ser tocada por un hueso seco, un esqueleto vivo; si lo que ha sentido es pena por ese hombre en el atardecer de sus días, ¿por qué lo invita a su casa de Mallorca?, ¿por qué continúa escribiéndole cartas después de muerto? El plano reflexivo de quien se ve convertida de pronto en objeto de un apasionado amor es lo que explora J.M. Coetzee en El polaco (2022), imaginando el mundo de pensamientos que debió de haber habitado la hija de Folco Portinari, casada con un burgués notable de Florencia, Simone Geri dei Bari, y quien al parecer murió de sobreparto a los veinticinco años: la Beatrice adorada de Dante Alighieri, histórica e idealizada en La vida nueva, inmortal en la Divina comedia.

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