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Foto del escritorFrancisco Vallenilla

Apreciado señor Melville

La fragata de las máscaras, de Tomás de Mattos

 
 

En palabras iniciales a su cuento “La barca o nueva visita a Venecia” (Alguien que anda por ahí, 1977), Julio Cortázar anotó que desde joven lo tentó la “reescritura de textos literarios que me habían conmovido pero cuya factura me parecía inferior a sus posibilidades internas”. Estuvo a punto de intentarlo con algunos relatos de Horacio Quiroga, pero desistió porque “lo que hubiera tratado de hacer por amor sólo podía recibirse como insolente pedantería”. Al final lo hizo, pero con un relato propio, “La barca”, escrito en 1954, abandonado entonces por considerar que algo fallaba en su trama y rescatado, dos décadas después, mediante un experimento narrativo: Dora, uno de los personajes, interrumpe cada tanto para criticar una relación de hechos que estima limitada y, en cualquier caso, injusta con ella: con voz propia llena los silencios de la versión original. En palabras más formales: está la diégesis donde actúan los personajes y una extradiégesis que comparten dos narradores: el heterodiegético y el homodiegético (Dora).


Como un punto luminoso en un lugar de tantas lecturas arropadas ya por sombras, volvió a mi memoria “La barca o nueva visita a Venecia”, que al modo descrito es un ejemplo de la reescritura como forma de creación literaria, a propósito de La fragata de las máscaras (1996 y 2008), de Tomás de Mattos (1947-2016), quien se dio a la tarea de reescribir una obra de Herman Melville: como el personaje cortazariano, el escritor uruguayo colmó “vacíos” de Benito Cereno, relato publicado por entregas en 1855.


Un barco negrero que ha zarpado de Valparaíso es dominado por los esclavos. En la travesía que sigue al motín, el navío se acerca a la ensenada de Santa María, en el extremo sur del actual Chile, donde está anclado un gran velero mercante con bandera de Estados Unidos. El capitán de este, conforme la ética marinera, se percata del estado lamentable de la embarcación avistada y la aborda para ofrecer su ayuda: agua, alimentos y los insumos necesarios para acometer las reparaciones mínimas que le permitan continuar su viaje. Con tal propósito, sus hombres han regresado al Bachelor´s Delight y él se ha quedado solo en aquella nave que ha conocido mejores tiempos. Hay una atmósfera enrarecida y son varios los indicios de que algo no anda bien, pero solo cuando el viento hace posible las maniobras de acercamiento del estropeado barco español a su par estadounidense, a fin de concretar el resto del auxilio, es que el capitán entiende lo que realmente sucede. Entonces, él y sus hombres someten a los esclavos, unos mueren allí mismo y los que sobreviven serán condenados a la horca por una real audiencia española.


Este hecho real es el que recrea Melville a partir de las referencias contenidas en A Narrative of Voyages and Travels in the Northern and Southern Hemispheres Comprising Three Voyages Round the World, Together with a Voyage of Survey and Discovery in the Pacific Ocean and Oriental Islands (1817), donde el capitán Amasa Delano dedica unas pocas páginas a aquel episodio. El relato del escritor está centrado mayormente en las horas que pasa Delano a bordo del ruinoso velero, como el dubitativo espectador de la representación teatral que han montado los negros para ocultar su sedición. Aunque recela de ellos y condena en silencio los desplantes inexplicables del capitán del Santo Domingo, en el estadounidense no priva la soberbia de su carácter, sino su componente amable, de persona que en principio siempre apuesta por la bondad humana. De manera que, pese a las diversas señales que lo hacen sospechar, solo repara en que se trata de “una feroz revuelta de piratas” al final del día, cuando se está embarcando para volver al Bachelor´s Delight y su contraparte, Benito Cereno, se arroja a la barca... Y aun entonces tarda en comprender, pues también el negro que se ha hecho pasar por su sirviente ha saltado de seguidas, cuchillo en mano, y tres marineros españoles han hecho otro tanto hacia el mar y nadan en dirección a la ballenera donde se encuentra con sus hombres. Por unos instantes, Delano cree confirmado uno de los pensamientos que ha tenido durante la jornada: la extraña conducta de Cereno no ha sido descortesía ni locura inconsciente, sino impostura para apoderarse del Bachelor´s Delight. El suyo es el único punto de vista de la obra, si se descuenta la transcripción de las actas del juicio con la declaración de Don Benito, que Melville incluye al final.


Muy al contrario, en La fragata de las máscaras (1996) Delano aparece mucho menos, solo para quejarse de la mezquindad de los españoles —que a su juicio escamotean una justa compensación por los servicios prestados—, mostrarse como un marino superior frente a sus pares rescatados y reiterar su condescendencia hacia los negros. En lugar de su única perspectiva de los hechos, hay ahora una aproximación más amplia al motín gracias a diversas voces, incluidas las de los esclavos. Su autora es Josefina Péguy, una escritora uruguaya, quien escribe a partir de la historia que le cuenta su padrino, Amado Goujand (Bonpland), una tarde de 1855; a su vez, el compañero de Humboldt la ha escuchado en 1802, en un puerto del Virreinato del Perú, de boca del propio Delano y, sobre todo, del fraile Tobías Infellez, hermano del notario del tribunal donde se juzga a los amotinados y cuidador de Don Benito en su convalecencia final de tísico. Péguy remite su versión a Melville en 1891, a quien le indica que sus dos cuadernos “contienen datos que usted no manejó y que podrían servir para explicar algunas actitudes no muy comprensibles de sus principales personajes”.


La suramericana se atiene en lo fundamental al hipotexto de su relato, pero hay variaciones significativas. Unas, llenas de simbolismo, como precisar que la nave española se llama “El Juicio” y la estadounidense “Perseverance”. Otras, determinantes para el sentido de la reescritura de Benito Cereno, como las referidas al trazado sicológico de los esclavos Babo, Dago y Muri, que expone, al mismo tiempo que las razones particulares de su rebeldía, una valoración militar, científica y religiosa del hecho, respectivamente. Asimismo, Péguy se aparta del hilo melvilliano al conceder otro destino a Babo: ahora este no sigue a Cereno en su salto a la barca, donde será dominado por Delano, de manera que su fin no será la horca, sino que al parecer muere durante el combate con los estadounidenses. Por su parte, Muri no fenece, sino que ha huido antes de la derrota en una barca con los esclavos más fuertes y jóvenes hacia la isla la Mocha, a la que sueñan poblar en libertad.


Así, el lector sabe de las motivaciones de Babo, líder de la rebelión; de Dago, un negro que conoce la medicina occidental y se une a los sublevados pese a que sabe que es imposible que logren regresar a Senegal, y de Muri, el sirviente personal de Cereno... ¿Por qué se amotinan, siendo como son esclavos que, pese a su servidumbre, han gozado por años de la mejor posición relativa conferida por ser asistentes directos de sus amos? Los dos primeros lo son de Alejandro Aranda, dueño de la humillada carga del Santo Domingo y socio comercial de Don Benito. De mucho interés resultan las conversaciones entre Dago, agnóstico impregnado del espíritu positivista del médico con quien ha trabajado por años, y Muri, convencido de que la arriesgada empresa es guiada por sus deidades, especialmente por Changó. Mientras, al fraile Infellez se deben las mayores hipótesis sobre el porqué del motín, entre las cuales no descarta que haya sido incluso planeado por el propio Cereno para romper su sociedad con Aranda, de quien desconfía, aunque después se le haya escapado el control.


La fragata de las máscaras es un complejo entramado polifónico, con sus varios puntos de vista que se contraponen o complementan y que, además, sufren la incisión del tiempo y de las circunstancias particulares de cada narrador: lo que el lector de la novela tiene en sus manos es, a fin de cuentas, una versión de Péguy, que parte de la de Bonpland, con probabilidad erosionada en su memoria por el medio siglo transcurrido desde que oyera el testimonio de Delano, tamizado por su descontento con los pagos españoles, y escuchara las especulaciones del fraile Infellez, teñidas de su concepción cuestionadora de la realidad que lo habían llevado a las puertas de la Inquisición y quien sabe pormenores del motín y de Babo, de Muri y mucho de Dago por lo que le contara Cereno, sobre cuya relación de lo acaecido pesan su arrepentimiento por haber sido esclavista y las imprecisiones de una mente agotada por la continua tensión emocional. Además, el texto de Péguy es un original en inglés, que un albacea traduce al español...


Fiel a su exigencia creativa, De Mattos reescribió La fragata de las máscaras 12 años después de la primera edición de 1996 para incorporar a Delano más allá del filtro melvilliano: cuando publicó la novela sabía de la existencia del diario de a bordo del estadounidense, pero no había podido consultarlo. Tal cual hizo antes con su debut novelístico, ¡Bernabé, Bernabé!, dada a la imprenta en 1988 y luego, ampliada, en 2002, conforme accedió a nueva información sobre lo allí narrado. No es la única semejanza entre ambas, porque también se debe a la pluma de Josefina Péguy el relato del episodio sangriento de 1831, donde murieron muchos indígenas charrúas a manos de tropas gubernamentales comandadas por Bernabé Rivera.


Una y otra comparten asimismo la apelación a la historia como camino para abordar temas del presente.¡Bernabé, Bernabé! se publicó apenas a tres años del fin de la dictadura militar en Uruguay y aún estaba muy fresca la herida abierta por la represión y las desapariciones. En el caso de La fragata de las máscaras, no hay vínculo a un episodio concreto actual, sino más bien a temas que nunca han perdido vigencia, como el derecho a rebelarse contra cualquier forma de opresión, los desafíos que entraña el ejercicio del poder, la manipulación de las masas, la frustración de los procesos revolucionarios y la búsqueda de la felicidad colectiva.


De las tantísimas interpretaciones que hay sobre Benito Cereno, una apunta que el autor se limita a la versión de Delano porque ese es el sentido de su relato: destacar que, la mayor parte del tiempo, el mundo nos resulta incomprensible. Dicho de otra forma, continuamente estamos enfrentados a la dificultad de superar las apariencias para encontrar la verdad.


Acaso sea este significado el que animó a De Mattos a reescribir el relato de Melville, a fin de advertir con su ejercicio de intertextualidad que tanto más resultará ininteligible el mundo si se asume que la verdad es una sola, dogmática y permanente, y no se reconoce que ella es siempre provisional e intersubjetiva.


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