300 palabras sobre Antártida, de Claire Keegan
Aspirar a la libertad pasa por reconocer lo que cuenta como coerción y en estos cuentos (Antártida, 1999) Claire Keegan muestra que para buscar liberarse tanto vale si de ese conocimiento se es plenamente consciente o solo se tiene la intuición. Ambientados en el medio rural de su Irlanda natal o del sur de Estados Unidos, los pesos opresivos de todos los relatos se manifiestan en entornos domésticos, ya sea en el seno de una familia donde las mujeres son tratadas como un artefacto más del mundo masculino o en un matrimonio insatisfactorio. También gravitan desde el pasado, ese tiempo que ya fue y sin embargo sigue siendo, o como un sentimiento de culpa. Hay bastante descripción en todas sus historias, pero la autora irlandesa se cuida de hacer las revelaciones justas para que sea el lector quien complete las formas asfixiantes de las que buscan escapar sus personajes. A la elipsis narrativa, la escritora suma a veces finales que resuelven la tensión de una manera inesperada. Qué hace la joven niñera cuando ve correr al niño por el muelle; o la madre que ha aprendido a manejar y agarra el volante justo cuando su marido está abriendo el portón; o la mujer que ve amenazado su mundo y toma las tijeras mientras peina a su hermana, como solía hacerlo de niñas. Actuar para ser libre comporta riesgos y varias de las protagonistas descubren que no han hecho sino viajar hacia otro escenario tiránico, como en el cuento que da nombre al volumen, o que la liberación propia puede suponer el fin del otro, como en “El sermón de Ginger Rogers”. Keegan, a quien han comparado con su coterráneo William Trevor, también ha publicado Recorre los campos azules (cuentos) y dos novelas cortas: Tres luces y Cosas pequeñas como esas.