300 palabras sobre La natura expuesta, de Erri De Luca
En un pueblo montañoso, hay un escultor que, junto al herrero y el panadero, funge como guía para los indocumentados que pasan la frontera. Él no les cobra; mejor dicho, les cobra y al final les devuelve el dinero: ama esos parajes y se identifica con los anhelos de quienes persiguen el sueño europeo. Cuando esta forma de solidaridad es revelada, sus amigos lo acusan de traidor y lo obligan a dejar el pueblo. Entonces se marcha a la costa y allí acepta restaurar una escultura de Jesús crucificado. La obra original mostraba al Mesías desnudo, pero en el Concilio de Trento la Iglesia católica decidió que no convenía la desnudez y censuró la pieza: la figura fue drapeada. Ahora se quiere volver al original y ese es el encargo: eliminar “la tela”. Al principio le falta confianza en sí mismo. Él solo ha restaurado dedos, una nariz…, pero también es cierto que su mujer lo ha abandonado después de bregar inútilmente para que él fuera para el mundo lo que ya era: un gran artista. Poco a poco va estableciendo una comunicación muy íntima con la escultura, al punto de experimentar la misericordia: “Esta misericordia no proviene de petición alguna. No es la caridad de una limosna dejada caer en una mano abierta. La figura no me está pidiendo, no se está moviendo hacia mí. Es mi impulso el que supera la distancia de espectador y hace que me acerque”. Finaliza con éxito y más tarde regresará a la montaña. Pero, antes, lo fundamental sobre la creación artística está dicho: el arte que causa en el espectador el efecto de hacerlo superar la experiencia personal demanda del creador un compromiso equilibrado entre la confianza en sí mismo y la ausencia de soberbia. El punto medio lo representa la humildad.