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Foto del escritorFrancisco Vallenilla

Estampa de inmovilidad

300 palabras sobre El limonero real, de Juan José Saer


 


 

Wenceslao vive con su esposa en una de las islas que opone su monótona presencia a las aguas violáceas de un río que parece asimismo inmóvil. Están por cumplirse siete años desde que el hijo de ambos muriera ahogado en esa corriente y ella sigue de luto, presa de una inacción cuyas garras la han sustraído de la vida conyugal y familiar, así que otra vez se ha negado a asistir a la comida de fin de año en casa de su hermana Rosa. Wenceslao, en cambio, que antes ha ido con su concuñado Rogelio a vender patillas al mercado y luego ha faenado el cordero que todos comerán en la cena, sí asiste. Pero compartir con Rogelio, rodearse de gente, bailar, emborracharse, no colma el abismo abierto por la partida definitiva de su hijo, ahondado después por su esposa: “Cuando está dormida, parece una muerta; despierta, parece dormir”. Es evidente que Wenceslao ha ido de un lugar a otro durante la jornada y que el sol ha cumplido su trazo en el cielo, pero esos desplazamientos no desmienten que él está contagiado por la parálisis del tiempo de ella. Vive en un presente refractario, anclado por un niño que corre por el patio delantero, con su pantaloncito azul descolorido, su piel tostada y sus costillas marcadas en el pecho, hasta zambullirse para un momento después patalear sin esperanza… El limonero real, de Juan José Saer, con sus descripciones demoradas y la narración reiterativa de la acción, es el relato de esa quietud interior, una muestra —diría uno— de la paradoja de Zenón sobre la inexistencia del movimiento: una flecha que va volando por el aire no se está moviendo en realidad, porque en cada instante de su trayectoria la flecha está exactamente en su lugar, es decir, en reposo.

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