top of page
Foto del escritorFrancisco Vallenilla

Fantasma de sueños rotos

Impostura, de Benjamin Markovits, y otras novelas para recordar a John Polidori

 
 

John William Polidori (1795-1821) encarnó el espíritu de su época. Fue un romántico, en tanto que se rindió a las emociones antes que a la razón, vivió deseoso de aventura y aspiró a grandes logros individuales. Al mismo tiempo, a causa de sus propias limitaciones y de sentirse injustamente apreciado por sus contemporáneos, tuvo una existencia afantasmada, como desdibujada en la atmósfera de la imperante imaginación gótica. Murió por propia mano y sin aura de artista heroico, un final gris y coherente con su breve vida abocada al hundimiento. Fue un descenso doloroso y veloz durante el cual, sin embargo, pudo escribir las pocas páginas con que legaría al mundo literario uno de sus mitos más persistentes y recreados: el vampiro.


Como otra más de sus desdichas, Polidori no llegó siquiera a disfrutar la gestación del reconocimiento de su obra, que se acrecentaría con el paso del tiempo. El vampiro se publicó por primera vez en abril de 1819 en la New Monthly Magazine y se cuenta que se vendieron cinco mil ejemplares en un solo día, solo que el relato no apareció firmado por su verdadero autor. Por eso es que apenas se inicia la lectura de Impostura (2007), de Benjamin Markovits, uno ve al joven que emplea un ejemplar de la revista para protegerse de la lluvia y con el puño de la mano libre golpea la puerta roja del editor Henry Colburn: El vampiro es obra suya y no, como todo el mundo da por hecho, del más grande poeta romántico inglés, Lord Byron, con quien Polidori viajó al continente en 1816 en calidad de secretario y médico personal.


Frustrado y empapado, así lo encuentra la joven Eliza Esmond, quien se ha acercado hasta allí por un ejemplar de la New Monthly Magazine para leer ella también el relato del que todos hablan en la ciudad. Le advierte que la revista se le va a arruinar y él le responde “me da igual, lo he escrito yo”. Tras un momento de vacilación, ella se disculpa: “Mi señor, casi no lo había reconocido (…) Está usted mucho más moreno, mucho más delgado”. Más adelante le recuerda que “nos conocimos en el baile de la duquesa de Devonshire. Hace ya años…”. Ella se ha confundido, pero él no la saca de su error. Polidori no asistió a esa fiesta y lo cierto es que Eliza tampoco, lo que sucede es que ambos tienen la necesidad de fijar sus difusos contornos en la realidad de alguna forma, así sea usurpando identidades: Polidori se hace pasar por Byron y Eliza por su hermana Beatrice, quien sí bailó con el poeta aquella noche.


Polidori se ha difuminado porque no ha estado a la altura de las expectativas que creó al ser el graduado de medicina más joven de la Universidad de Edimburgo, con una alabada tesis sobre el sonambulismo. Es un médico mediocre, del que Byron se burla diciendo que “ningún paciente de Polidori podría aspirar nunca a tener un médico mejor: todos están muertos”. Asimismo, como escritor, su verdadera pasión, no ha dado a la imprenta una tragedia, un poema, una novela digna de celebrarse: escribe poco y mal. En este aspecto, Byron tampoco le ahorra pullas ni la irrisión por sus bocetos literarios. Enfrentado a la evidencia, llega a la conclusión de que “su futuro acaso podría depender de la acción de fuerzas no humanas, su vida podría hallar redención en la suerte”. Por su parte, Eliza ha vivido más dentro de la ensoñación por sus continuas lecturas de novelas que con los pies en la tierra.

“Pero es que yo no lo conozco –repuso ella-. No conozco a ningún doctor Polidori”

Después de que se desarrolla el juego de suplantaciones, con sus dudas, sospechas y cálculos, Eliza le propone a Polidori escapar por unas horas a las afueras de Londres, no le importa el riesgo de mancillar su honor si su aventura saliera a la luz pública. Siente que está enamorada, que con aquel hombre puede hacer verdadero su sueño de amar y vivir con intensidad. Él, entretanto, que ya tiene tomada la decisión de convertirse en abogado, se ha convencido de que podría ser feliz junto a esa chica. Sin embargo, cuando en la intimidad de la habitación ambos se confiesan mutuamente quiénes son, solo Eliza se desilusiona: “Pero es que yo no lo conozco —repuso ella—. No conozco a ningún doctor Polidori”. Él piensa que ella no es más que una niña malcriada, pero lo dicho por Eliza se parece demasiado a toda su vida. Después del destello universitario, lo que ha experimentado es que todos se desentienden de él, es un ser irrelevante cuando está presente y un recuerdo muerto cuando se ausenta.


En Impostura, Polidori logra plantearle sus reparos a Colburn, quien le ofrece un pago de 30 libras para dejar zanjado el asunto de la autoría (“Es difícil que se le pueda dar más. A fin de cuentas, sin el nombre de Byron El vampiro no valdría nada”), además de invitarlo a cenar y a jugar a las cartas. No se toma en serio a quien fuera asistente del célebre poeta, ni tiene real interés en verificar la versión de ese joven de traje anticuado y con todo el aspecto de quien no ha probado una comida caliente en días, lo hace por puro instinto mercantil: se vendería muy bien un diario sobre los días que el bardo viajó por el continente. Cuando Polidori le entrega la primera versión, otra vez su destino: Colburn le advierte que es superfluo lo que él pensó, dijo y sintió, lo importante es que decía y hacía Byron.


En otras ficciones no le va mejor. En Bravura, del francés Emmanuel Carrère, el editor no le concede nada. Polidori, para hacerse escuchar, se ha presentado como el secretario actual de Byron, pero Colburn lo despacha en el acto: “Escúcheme, amigo mío. Recibí la carta de su protector. Le respondí ayer mismo, y no veo qué más podría responderle a usted”. Cuando Polidori balbucea “pero, ¿el verdadero autor?”, Colburn dice: “Dios acoja su alma. Parece ser que ha muerto. Según Su Excelencia, era un joven médico italiano, su antiguo secretario. Vamos, amigo mío, ya cerramos. Presente mis respetos a su protector y sin rencores…”.


Todo el episodio de la publicación de El vampiro está envuelto en brumas. En Impostura, Markovits escribe que Colburn lo adjudicó a Lord Byron porque así se lo dio a entender el hombre que le llevó el manuscrito. Carrére se limita a consignar que fue firmado con el nombre de Lord B., pero agrega que el relato no se lo entregó al editor de la New Monthly Magazine ningún hombre, sino la condesa de Breus, quien había protegido a Polidori en Alemania y a quien este le confió el texto con la esperanza de que ayudara en su publicación. Una vez que apareció impreso, Polidori se encontró con la condesa en Londres, pero ella no recordaba ningún manuscrito, aunque cuando el joven le refrescó la memoria afirmó que sí, que lo dio a Colburn, sin haberlo leído y por supuesto que con su nombre, John William Polidori, aunque pudo haber dicho cualquier nombre.


En El año del verano que nunca llegó, del colombiano William Ospina, hay una tercera posibilidad. Como Polidori había pactado con el editor de Lord Byron escribir un diario sobre el viaje, aprovechó para enviarle también El vampiro. Aquel lo publicó de inmediato, pero “por inadvertencia o por interés maligno, había puesto en la publicación como autor el nombre de lord Byron”. Ospina hace referencia al editor del poeta, que en realidad era John Murray, no Colburn, de manera que la niebla se espesa. Sucede igual en torno a la reacción de Lord Byron: Carrère apunta que fue inmediato su rechazo e igual hace el argentino Federico Andahazi en Las piadosas, Markovits no entra en ese detalle y Ospina refiere que el poeta no se apresuró al desmentido: fue otra forma de continuar burlándose de Polidori y, visto el impacto de El vampiro, de alimentar su vanidoso deleite por la publicidad sin importar el sufrimiento de su antiguo secretario.

“Daos por conforme con El vampiro que, modestamente, es demasiada obra para un pobre medicastro condenado a ser la sombra de su Lord. Convenceos: no servís para otra cosa. Así escribierais una obra comparable a la del hermoso Percy Shelley, no podríais dejar de ser el paupérrimo sirviente hijo del secretario”

De cualquier manera, Lord Byron está en El vampiro: fue él quien le dio la idea a Polidori. Estaban en Villa Diodati, a orillas del lago de Ginebra. Era junio de 1816 y allí habían coincidido Lord Byron y su médico, el poeta Percy Shelley y su pareja, Mary Wollstonecraft, así como la hermanastra de esta, Clara Clairmont. A miles de kilómetros, en la isla indonesia de Sumbawa, la erupción de un volcán había arrojado tal increíble cantidad de ceniza a la atmósfera, que tapó los rayos del sol en vastas regiones del mundo y originó una ola de frío y oscuridad, lluvias y tormentas globales, como las que obligaron al grupo a permanecer encerrado durante una noche de tres días. Para distraerse pasaban las horas dedicados a unas lecturas de terror, con tal efecto que Lord Byron les propuso el juego de que cada uno escribiera una historia de miedo. No importa si lo que leyeron fueron los relatos del volumen de cuentos góticos alemanes Fantasmagoria, que había llevado Polidori (Markovits y Carrère), o el poema sombrío de Samuel Taylor Coleridge, Christabel (Ospina), o aquellos seguidos inmediatamente de este, como se dice en la carta de presentación del relato publicado en 1819 en la New Monthly Magazine, pues el resultado sería el mismo que se conoce: Byron y Shelley abandonaron, Mary bosquejó Frankenstein o el moderno Prometeo y Polidori El vampiro. Aunque este solo después de ser acicateado por Lord Byron, como coinciden en narrar Markovits y Ospina, si bien el anglosajón no especifica en qué consistió el estímulo y el suramericano dice que fue un fragmento de su lord sobre alguien que “está vivo y muerto a la vez, que duerme en el día y deambula en la noche”.


En todas las referencias que he podido leer se interpreta que Polidori retrató al laureado poeta en el Lord Ruthven de su relato, el aristócrata distante, de mirada gélida pero irresistiblemente seductor, que envuelve en su misterioso halo a las mujeres para alimentarse de su sangre, dejando a su paso muerte, familias deshechas y dolor. Polidori envidiaba y odiaba a Lord Byron, quien lo llamaba “Polly-Dolly”, lo hacía blanco continuo de sus desplantes y se comportaba como un depredador con todos a su alrededor, pero no podía dejar de admirarlo (¿de amarlo?) y, en el fondo, de querer ser un poco como él. Esa secreta aspiración la recoge Markovits en su novela, no solo con la impostura ante Eliza Esmond, sino también porque Polidori equipara las relaciones de ambos con sus hermanas: él es muy cercano a Frances, casi tanto al parecer como Lord Byron de la suya, Augusta, con quien ha mantenido relaciones incestuosas y cuyo escándalo resultante, junto con los sinsabores de su divorcio, es lo que lo decide a emprender el viaje al continente en 1816.


En la historiografía literaria y en las ficciones de Markovits, Carrère, Ospina y Andahazi discrepan los detalles de las oscuras jornadas durante las cuales se gestaron Frankenstein y El vampiro, pero se muestran de acuerdo en cuanto a Polidori: siempre degradado. En el prólogo de 1818, Mary Shelley ni siquiera lo mencionó al describir la génesis de su novela en aquella larga noche de Ginebra: “Pasé el verano de 1816 en los alrededores de Ginebra. La estación era fría y lluviosa, y por las noches nos apiñábamos alrededor de un fuego de leña ardiente, y de vez en cuando nos divertíamos con algunas historias alemanas de fantasmas, que caían en nuestras manos. Estos cuentos despertaban en nosotros un juguetón deseo de imitación. Otros dos amigos (…) y yo acordamos escribir cada uno una historia, basada en algún suceso sobrenatural (…) El tiempo, sin embargo, se serenó de repente; y mis dos amigos me dejaron por un viaje entre los Alpes, y perdieron, en las magníficas escenas que presencian, todo recuerdo de sus fantasmales visiones. El siguiente relato es el único que se ha completado”. En 1831 escribió un nuevo prefacio y entonces sí incluyó al joven médico, aunque adjudicándole otro argumento y, como siempre, con desdén: “Al pobre Polidori se le ocurrió una idea terrible sobre una dama con cabeza de calavera, castigada de ese modo por espiar por el ojo de una cerradura. He olvidado qué es lo que vio; algo tremendamente espantoso y maligno, por supuesto; pero una vez reducida a una condición peor que la del famoso Tom de Coventry, no sabía qué hacer con ella, y no tuvo más remedio que mandarla a la tumba de los Capuleto, único lugar apropiado”.


Entretanto, en Las piadosas, el relato gótico de Andahazi, El vampiro es el resultado de un oscuro trato entre Polidori y la tercera de unas trillizas, una entidad deforme, de vagos contornos antropomórficos, que no posee la belleza de sus hermanas pero sí la inteligencia, la inspiración y dotes literarias de un gran escritor. Es el mismo ser horrible, que convive con las ratas en los sótanos, con el que han pactado Lord Byron, Mary Shelley, Alexander Puschkin, E.T. Hoffmann, Chateaubriand…, pero cuando Polidori le pide extender su acuerdo, obtiene lo de siempre: “Daos por conforme con El vampiro que, modestamente, es demasiada obra para un pobre medicastro condenado a ser la sombra de su Lord. Convenceos: no servís para otra cosa. Así escribierais una obra comparable a la del hermoso Percy Shelley, no podríais dejar de ser el paupérrimo sirviente hijo del secretario (se refiere a su padre, Gaetano, que estuvo al servicio del poeta italiano Vittorio Alfieri) y, si pudierais ser padre, no podríais dar al mundo sino otros miserables secretarios como vos”.


En la pobreza, expulsado del gremio médico, acosado por deudas de juego y refugiado en el opio, Polidori se suicidó en 1821, En Impostura, en su habitación de la casa paterna. En Bravura, en una mansión abandonada, después de matar en medio de una de sus alucinaciones por el láudano a Teresa Hobster, la joven prostituta con quien compartía su mísera morada: aporrea su cráneo contra el piso, creyendo que es la cabeza de Byron, de Mary, de Colburn y de todos los que lo humillaron. Mientras, Pierre Frédéric Adolphe Carmouche había estrenado un año atrás la obra teatral El vampiro, representada en Londres y en Dublín, y Henrich Märschner compondría la ópera Der Vampyr en 1827. Al correr del siglo El vampiro inspiraría a Edgar Allan Poe, Alejandro Dumas y El Drácula de Bram Stoker, entre otros, y en el siglo XX películas, cómics e innumerables variaciones de personajes sobrenaturales. La reivindicación en la posteridad para un fantasma.


bottom of page