300 palabras sobre Sin palabras, de Edward St. Aubyn
Sin palabras es una sátira de los certámenes literarios y con esa intención St. Aubyn narra un episodio donde lo menos importante son los libros: la conformación del jurado y sus deliberaciones, las novelas postuladas y el fallo del Premio Elyssian, auspiciado por una empresa de agroquímicos y uno de los más importantes del país, sino el que más, como el Booker Price real. El presidente del jurado es un diputado venido a menos por unas infortunadas declaraciones sobre la independencia de Escocia que solo busca otra oportunidad de figuración pública; hay un actor y una columnista de temas generales, la examante de un antiguo secretario general del Foreing Office que tiene veleidades literarias y una catedrática de literatura. St. Aubyn no se olvida de los protagonistas de cualquier premio, es decir, de los concursantes: una escritora devoradora de hombres, un aristócrata indio y su tía, un exjefe del titular de los jurados, un escritor de verdad amante de la primera y, girando alrededor de ellos, un crítico francés verborreico. Siguiendo los pasos de cada uno y con el entrecruzamiento de sus historias, se desnuda la farsa del Elyssian. La calidad de las obras participantes apenas si interesa, pues privan los intereses extra concurso que defiende cada uno y que determinan, conforme la volatilidad de las alianzas circunstanciales, la preferencia más o menos consensuada sobre cada libro, entre los que hay, por error, uno de cocina… Sin palabras recuerda que los premios no son garantía de nada. Otorgan un no siempre merecido prestigio al autor y una cantidad de dinero, pero suelen ser chispazos en el horizonte oscuro de la mediocridad. Son pocos los premiados que sobreviven al espectáculo promocional, si acaso un año, antes de que la próxima edición del certamen haga brillar otra estrella del mercadeo editorial.