300 palabras sobre Una salida honrosa, de Éric Vuillard
Con el Acuerdo de Ginebra (1954) terminó la ocupación francesa de Indochina (Laos, Camboya y Vietnam). Había comenzado a mediados del siglo XIX y llegaba a su fin tras la derrota de Dien Bien Phu, asestada por hombres que no habían asistido a Saint-Cyr y en lugar de botas calzaban sandalias o iban descalzos, los mismos que dos décadas más tarde también obligarían a otra potencia a un arreglo tras desbaratar las estrategias de mandos formados en West Point. Años antes de la derrota del ejército francés (es un decir, pues los soldados en su mayoría provenían de las colonias galas), el Banco de Indochina, financista destacado y gran beneficiario del conflicto armado que comenzó en 1946, ya se había retirado de aquel lugar: políticos y generales no lo sabían o no querían aceptarlo: la guerra hacía tiempo estaba perdida, como indicaban los libros de contabilidad. No tanto porque no hubiera habido ganancias, sino porque no las habría en adelante: Indochina había dejado de ser rentable. En Una salida honrosa (2022), Éric Vuillard, acostumbrado a incomodar las versiones oficiales de la historia con sus novelas, escribe: “Parecerá curioso, pero no había, ni hubo nunca, ningún colono francés establecido en Cao Bang, ni barrios, ni vida social europea, ni comerciantes emprendedores, ni hosteleros audaces, ni pioneros de nada, nadie. Como, por cierto, tampoco había, ni hubo nunca, ningún europeo en Dong Khe, Lang Son, Mao Khe ni Lung Phai”. Lo que sí hubo fue sociedades anónimas francesas para explotar recursos naturales, en defensa de cuyos intereses en realidad se peleó. “Pero si los militares habían practicado de verdad la tortura, bombardeado a civiles, encarcelado arbitrariamente, si los parlamentarios habían alentado la guerra, adoptando en la tribuna un tono solemne, en cambio, los administradores del banco nada habían dicho oficialmente”: eran inocentes.