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Foto del escritorFrancisco Vallenilla

José Saramago, sus ucronías

Historia del cerco de Lisboa, El evangelio según Jesucristo y otras novelas

 
 

Raimundo Silva. Raimundo Bienvenido Silva, que es tal su nombre completo y así debe quedar consignado. Corrector competente, no se le escapa ninguna errata y domina con sutileza el arte de la enmendadura para no ofender a los autores, incluso cuando se topa con disparates. De carácter tímido y naturaleza dubitativa, es un empleado tranquilo, para nada problemático, alguien de quien, en el lenguaje llano, con esa precisión descriptiva de la que solo es capaz el habla popular, se diría que ni huele ni hiede. Por eso, cuando en la editorial se dan cuenta del error, que lo es, pero mejor sería decir del fraude, ya que se trata de un cambio consciente, que se debe a quien en ese punto del original no ha debido corregir nada, la reacción es una mezcla de sorpresa e indignación. El director literario no pide menos que un despido sin concesiones, el jefe de producción tiene una veta comprensiva aunque está casi igual de molesto y la jefa de correctores, cargo nuevo creado para que en el futuro no se repita un desatino semejante, solo quiere saber por qué lo ha hecho. Al final, la defenestración queda reducida a fuerte reprimenda y al compromiso de nunca más una cosa igual, Raimundo Silva conservará su empleo y ganará el amor de una mujer, aunque esto último no lo supiera entonces, como tampoco que será escritor, con lo que viene a ser tan cierto que así como nunca se sabe de dónde saltará la liebre, tampoco hay certeza de a dónde va a dar con su brinco.


Es el año de 1147. Don Afonso Henriques tiene poco tiempo de haber sido reconocido como rey por el monarca de León, reino al que ha pertenecido el condado de Portucale, y se encuentra en plena expansión guerrera contra los musulmanes en el sur para ampliar el territorio del futuro Portugal. Acaba de arrebatarles la ciudad de Santarem y ahora se dispone a hacer otro tanto con Lisboa, para lo cual contará con el solicitado apoyo a los cruzados que en el aquel momento estaban anclados en la desembocadura del Duero, en una escala de su viaje hacia Tierra Santa... O no, porque donde el autor consigna que los caballeros alemanes, ingleses, normandos y flamencos dicen sí, es donde Raimundo Silva escribe “no” y alumbra otra posibilidad para el desarrollo de la Historia del cerco de Lisboa.


La negativa establece un nuevo precedente, por lo que lo más natural es que el consecuente también cambie. Así lo entiende María Sara, la nueva jefa de correctores, quien ha quedado prendida de Raimundo Silva por su inusitado gesto y es la que lo incita a escribir ese otro curso de la consabida historia. El reprendido corrector no cree en su capacidad de escritor ni espera que pueda haber nada amoroso con esa estupenda mujer, de la que él también ha quedado pendiente desde que la conoce en la vergonzosa reunión, pero lo uno y lo otro serán una realidad. Él y María Sara se amarán, del mismo modo que en su versión del histórico hecho será posible el amor entre Mogueime, soldado, y Ouroana, mujer tomada a la fuerza como amante por un caballero alemán que fallece durante el asedio. Aunque los portugueses igualmente tomarán Lisboa, ese amor rescatado de las sombras de la historia mayúscula y todo el intermedio entre la respuesta de los cruzados y el triunfo de Henriques son nuevo, lo uno, y diferente, lo otro, a lo que aparece en el relato oficial.


Introducir variantes sobre lo acontecido es algo que el escritor portugués ya había hecho con El año de la muerte de Ricardo Reis (1984). Como se sabe, Reis era uno de los heterónimos del poeta Fernando Pessoa y cuando este murió en 1935, solo dejó escrito que aquel residía en Río de Janeiro. Pues bien, Reis no desapareció con su creador, sino que volvió a Lisboa y al menos vivió un año más, tiempo suficiente para que Saramago le hiciera conocer todos los horrores de aquel momento (el inicio de la Guerra Civil en España y la consolidación del nazismo, por ejemplo): fue el ajuste de cuentas del escritor con alguien que pensaba que “sabio es quien se contenta con el espectáculo del mundo”.


A la Historia del cerco de Lisboa (1989) sigue El evangelio según Jesucristo (1991). Esta obra hiere la susceptibilidad del Gobierno portugués, que prohíbe su participación en un concurso literario europeo, y, por supuesto, la de la Iglesia católica. En la novela, el hecho fundamental tiene lugar tal y como está escrito en el Evangelio de San Mateo: José conoce con antelación que Herodes ha ordenado matar a todos los niños y se pone a buen resguardo con María y Jesús. La variación del escritor parte de una constatación razonable: ¿por qué José no avisa a los vecinos y salva la vida de todos los niños? En su libro, a diferencia del relato bíblico, José experimentará un sentimiento de culpa por su criminal egoísmo y la culpabilidad será heredada por Jesús... José no obra como sensatamente lo hubiera hecho cualquier ser humano y se cumple, en cambio, un inescrutable designio divino que por lógica lleva a cuestionar la bondad existente en Dios. En ese y otros aspectos la novela se aparta de lo referido por los evangelios, de aquí que lo más suave que los católicos y otras corrientes cristianas le soltaron a Saramago fue que era un blasfemo materialista.


Dieciocho años después de ocuparse del Nuevo Testamento, Saramago hizo otra revisita controversial al territorio de los relatos religiosos, esta vez al Viejo Testamento, con su novela Caín (2009). En ella, la condena que Dios le impone al primogénito de Adán y Eva por su crimen (andar errante por el mundo con una marca que le evitará morir a manos de quien lo reconociese) es el resultado de un acuerdo entre ambos, en virtud de que Dios acepta que es corresponsable en la muerte de Abel, ya que pudiendo evitarla no lo hace. En la novela, el vagar de Caín serán viajes en el tiempo, hacia atrás y hacia adelante, de manera que conoce a Abraham cuando está a punto de sacrificar a su propio hijo respondiendo a la orden divina; el sufrimiento de Job, que es producto de una apuesta entre Dios y Satán; la matanza de quienes adoraron al becerro de oro mientras Moisés estaba en la montaña; la muerte de justos y pecadores en las devastaciones de Sodoma y Gomorra... Es un peregrinar que solo le sirve para confirmar lo que tiene sabido, que la maldad es lo que habita en el Creador y que, a fin de cuentas, no ama a la humanidad.


La publicación de estas novelas de Saramago coincide con el reconocimiento de los planteamientos contrafácticos como técnica de investigación historiográfica, que se va consolidando alrededor de la última década del pasado siglo y primera del presente, después de muchos años de recibir descalificaciones del tipo “especulación frívola” o “ejercicio ahistórico”. Asimismo, las obras del portugués llegan a los lectores en medio de una extendida aceptación del “qué hubiera pasado si...” en el campo de la creación literaria, con algunas editoriales abriendo líneas específicas para este tipo de narrativa, como la española Minotauro y la francesa Flammarion, y la instauración de premios como los Sidewise Awards for Alternate History en el mundo anglosajón.


En las ciencias sociales se habla de historia contrafactual, virtual o alternativa, mientras que en literatura se emplea el término ucronía. Este lo acuña en 1857 el filósofo francés Charles Renouvier en la primera versión de su obra Ucronía: Esbozo histórico apócrifo del desarrollo de la civilización europea tal como no ha sido, tal como habría podido ser: a Marco Aurelio no lo sucede su hijo, Cómodo, quien deja el imperio hecho un caos, sino Avidio Casio, cuyas medidas políticas, económicas y sociales se traducirán en un impulso de las artes y las ciencias e impedirán la expansión del cristianismo, haciendo de los territorios romanos de Occidente un lugar de tolerancia religiosa y progreso. Renouvier marca un hito en la línea de conformación del pensamiento contrafáctico, cuyas primeras menciones se remontan a los siglos V y IV antes de nuestra era en las Historias de Heródoto y la Historia de las guerras del Peloponeso de Tucídides, y cuyo primer desarrollo se le debe al romano Tito Livio cuatrocientos años después, cuando escribe sobre “cuál hubiera sido la suerte de Roma si hubiera tenido que hacer la guerra con Alejandro (Magno)”.


Sea técnica de investigación historiográfica o género literario, lo que caracteriza al planteamiento contrafáctico es que, en el marco referencial proporcionado por la historia real, identifica un punto significativo para anclar una divergencia respecto de la sucesión de hechos conocidos y desarrolla a partir de allí el consecuente según la posibilidad indicada. El historiador y el escritor se alejan del devenir histórico que ha conducido hasta el presente, pero el distanciamiento es menor para el primero, que no puede violentar lo que resultaría plausible de acuerdo con el abordaje científico de la historia, su imaginación está constreñida por la exigencia de verosimilitud, mientras que el segundo es libre de traspasar esa frontera. Saramago parte de encrucijadas clave para escribir Historia del cerco de Lisboa, El evangelio según Jesucristo y Caín que también resultarían válidas para que un historiador explorara variantes de lo ocurrido realmente, pero la relación entre Mogueime y Ouroana, la crucifixión de José y los viajes en el tiempo, por ejemplo, no entrarían en su escrito. Tal libertad en la creación artística puede llegar, incluso, más allá: en La conjura contra América, Philip Roth imagina lo que hubiera ocurrido si Charles Lindbergh (antisemita y aislacionista) hubiese ganado la Presidencia de Estados Unidos a Franklin Roosevelt en 1940, aunque el aviador, en realidad, no fue candidato.


Con todo, las novelas del portugués no se deben al aprovechamiento del prestigio del pensamiento contrafáctico en la academia ni al interés de usufructuar una moda literaria: Saramago tiene razones propias para sus ucronías. Hablando en una entrevista sobre Historia del cerco de Lisboa y por qué Raimundo Silva escribe “no” donde había un “sí”, el escritor dice: “Pienso que hoy necesitamos decir ‘no’. El ‘no’ es constructivo, el ‘sí’ se acomoda a todo. El ‘sí’ está allí para ser lo que quieren que seamos. Las revoluciones son formas de decir ‘no’. Lo malo es que el ‘no’ de una revolución muy rápidamente se convierte en ‘sí’. En nuestra vida de ciudadanos comunes —escritores, periodistas, lo que sea y donde sea que estemos— hay que decir ‘no’ a todo. Y la forma que encontré para decir esto a los lectores ha sido tocar una de las dos cosas que siempre nos dicen que son sagradas: la historia patria y la religión. De la religión me ocupé después, en El evangelio según Jesucristo. Pero aquí, en esa especie de vaca sagrada que es la historia, es donde pensé: hay que enfrentarse a esto y decir que hay que escribir otra historia. Muchísimas otras historias donde todos podamos decir que estamos allí. Porque lo que ocurre es que la historia que nos cuentan es una historia a la que no pertenecemos”.


En otro lugar, Saramago escribe, al tratar la relación entre historia y ficción literaria: “Creo en verdad que lo que subyace en esta inquietud es la conciencia de nuestra incapacidad última para reconstruir el pasado. Y que, por eso, no pudiendo reconstruirlo, nos vemos tentados —me veo yo, por lo menos— a corregirlo. Cuando digo corregir, corregir la Historia, no es en el sentido de corregir los hechos de la Historia, pues esa nunca podría ser tarea de novelista, pero sí de introducir en ella pequeños cartuchos que hagan explotar lo que hasta entonces parecía indiscutible: en otras palabras, sustituir lo que fue por lo que podría haber sido. Ciertamente se argumentará que se trata de un esfuerzo gratuito, poco menos que inútil, toda vez que aquello que hoy somos no es de lo que podría haber sido que resultó, sino de lo que efectivamente fue. Simplemente, si la lectura histórica, hecha por vía de novela, llega a ser una lectura crítica, no del historiador, sino de la Historia, entonces esa nueva operación introducirá, digamos, una inestabilidad, una vibración, precisamente causadas por la perturbación de lo que podría haber sido, quizá tan útil para un entendimiento de nuestro presente como la demostración efectiva, probada y comprobada de lo que realmente fue”.


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