top of page
Foto del escritorFrancisco Vallenilla

La experiencia de la desmesura

El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira, de Agota Kristof

 
 

Una guerra desplaza muchas cosas, medios militares, poblaciones, fronteras nacionales... Igualmente, dilata los límites de lo que no debería hacerse para que la convivencia humana sea posible y tenga sentido; es decir, en una conflagración se corre también la valla ética, haciendo más grande el terreno de la desmesura. Esa falta de contención es lo que viven los gemelos Claus y Lucas en El gran cuaderno (1986), primera novela de la trilogía que consagró a Agota Kristof como una referencia en el panorama de la literatura centroeuropea. Siguieron La prueba (1988) y La tercera mentira (1991).

Debido a los cada vez más constantes bombardeos en la capital, los niños son llevados por su madre a la casa de la abuela materna, en una localidad fronteriza. Es una vieja sucia y temible, a la que llaman “La Bruja” y sobre quien pesa la sospecha de que envenenó a su esposo. Con el padre en el frente y el vacío creado por la promesa de volver de la madre, los gemelos solo se tienen a sí mismos. Pronto descubren que deben entrenarse en consecuencia, física y espiritualmente, para sobrevivir en un ambiente de contornos morales distorsionados: además de la sinrazón de la guerra, la brutalidad de la abuela, la pedofilia del cura, los abusos sexuales a que es sometida la niña Cara de Liebre, el estupro del oficial extranjero que vive en la casa...

Claus y Lucas se ejercitan: se pegan uno a otro hasta no sentir dolor; se repiten hasta el cansancio palabras tiernas para que pierdan su sentido, a fin de no extrañar el trato cariñoso de sus padres; cuidan el huerto; estudian con un diccionario y la Biblia, reflexionan y escriben sus vivencias en un cuaderno. Los gemelos se forjan su propia conciencia moral: trabajan, no por bondad, como les agradece la abuela, sino porque se sentirían mal si no lo hacen mientras toda la labor es asumida por la vieja; no roban en la librería ni al zapatero, sino que ofrecen realizar cualquier tarea para pagar el papel, los lápices y la botas, pero también chantajean al cura, queman la casa de Cara de Liebre y arman una huida hacia el final del libro.

El gran cuaderno es poco más de cien páginas de frases cortas, secas, sin adjetivos. “Seguramente mi forma de escribir viene del teatro. Diálogo puro. Lo justo, sin relleno, sin grasa. ¿Para qué dar vueltas? ¿Para hacer literatura? No me interesa la literatura”, declaró la autora en una ocasión, al ser interrogada sobre la crudeza de su escritura. En cualquier caso, un estilo directo que se aviene con lo despiadado del mundo retratado, donde ni la inocencia es inofensiva.

En La prueba los gemelos se encuentran separados: Claus ha logrado cruzar la frontera. Ha terminado la guerra y ahora Hungría está dominada por los soviéticos, pero para Lucas lo realmente difícil es vivir sin la compañía de su hermano: recuerda que en la escuela, en la capital, ninguno de los dos había soportado estudiar en secciones separadas, que pensaban y actuaban como uno solo, pese a ser dos. Es lo que recalca la narración en primera persona del plural en El gran cuaderno, mientras que en el siguiente libro hay un narrador en tercera persona.

Lo que sí se mantiene invariable es la descarnada escritura de Kristof, que ahora centra la novela en los años de totalitarismo que siguieron a la guerra y en los pasos atormentados de Lucas, quien busca completarse en otros. En Yasmine, la joven que acoge en su casa pese a estar embarazada de su padre; en Clara, una viuda que solo piensa en su marido ejecutado por error, como admiten las autoridades en una comunicación oficial; en la compra de la librería que frecuentaba con Claus y en la escritura; en la compañía del insomne, quien también perdió a su esposa asesinada por el régimen. Pero no hay completitud posible. Lo más cercano es Mathias, el hijo inteligente y deforme de Yasmine, quien se queda con Lucas cuando ella vuelve a la ciudad, pero esto solo por un tiempo...

Con La tercera mentira hay todavía una vuelta de tuerca en la historia de los gemelos. La voz narrativa ahora recae en Claus, quien vuelve al país tras cuatro décadas y escribe la historia desde una celda, donde se encuentra, no por motivos políticos (ya el país no tiene gobierno autoritario), sino porque su visado ha caducado. La intención es reencontrarse con su hermano antes de morir, pues la combinación de tabaco y alcohol lo tienen sentenciado, pero Lucas ha desaparecido de la pequeña ciudad... O no, y es uno de los poetas más reconocidos del país que vive con su anciana madre y casi no sale ni interactúa con nadie... O Claus nunca ha tenido un hermano, ni sufrido poliomielitis, ni llevado a vivir con la abuela... O su madre está en un siquiátrico luego de disparar a su marido en un ataque de celos y él termina en casa de la amante de su padre... O él no es Claus sino Lucas, porque se cambió el nombre al cruzar la frontera...

Kristof desbarata las expectativas del lector que ha llegado hasta aquí, convirtiendo a los protagonistas en figuras evanescentes: de Lucas se dice que habita en el bosque, pese a que nadie puede afirmarlo con certeza; de Claus no hay registro alguno en la ciudad, posiblemente porque su abuela no ha dejado siquiera que asistiera a la escuela. Claus lee los cuadernos dejados por Lucas y a su vez escribe. Cuando la casera donde ha estado —dueña de la librería— le pregunta qué escribe, si cosas inventadas o historias reales, él responde con la que acaso sea la clave: “Le digo que intento contar mi historia pero no puedo, no tengo valor, me hace mucho daño. Entonces lo embellezco todo y describo las cosas no como sucedieron sino como yo querría que hubieran sucedido”.

Y en boca de ¿Claus? también otra frase, ya no para alumbrar las múltiples posibilidades de su destino, sino para explicar el aire desesperanzado que atraviesa toda la trilogía: “Me acuesto, y antes de dormirme, hablo mentalmente a Lucas (...) Le digo que la vida es de una futilidad total, que no tiene sentido, es aberración, sufrimiento infinito, invento de un no-Dios cuya maldad rebasa la comprensión”.


bottom of page