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Foto del escritorFrancisco Vallenilla

La memoria como redención

Trilogía de Cleave y El mar, de John Banville

 
 

Alexander Cleave (Eclipse) vuelve a la casa en ruinas de su infancia, que en ese entonces era una pensión regentada por su madre viuda...

Axel Vander (Imposturas) reside en California y viaja a Europa para enfrentarse a una mujer que afirma saber su secreto guardado por más de 50 años...

Max Morden (El mar) acaba de enviudar y se refugia en el pueblo costero donde, de niño, durante unas vacaciones de verano, conoció a la familia Grace: clave de varias iniciaciones...

Los protagonistas de las novelas de John Banville suelen estar de regreso. Por años, como tantos otros, sus vidas han consistido en la terca voluntad de afirmarse en el mundo, pero llegados a puntos de giro decisivos en sus existencias, ya no ubican la posibilidad de ser en el futuro. En lugar de seguir viéndose como proyecto (lo que está lanzado hacia adelante, que diría un filósofo), miran al pasado: retornan porque aspiran habitar un lugar ya conocido donde dejar de estar escindidos (Cleave y Vander) y donde el tiempo sea anterior al dolor (Morden). Navegan sobre rápidos peligrosos en la balsa poco fidedigna de la memoria, de modo que el viaje no es menos riesgoso que si continuaran eligiendo opciones de cara al porvenir.

A sus 50 años, Cleave es un consumado actor teatral. Sin embargo, un día, en mitad de una obra, se queda en blanco, no recuerda sus líneas. Todos se sorprenden y un periódico habla de alcoholismo, solo para él no resulta inesperado el vergonzoso fin de su carrera: ha sucumbido bajo el peso de la confusión de su vida, tanta que es incapaz de localizar a su yo esencial. “No hay temor parecido al que uno conoce aquí arriba. No me refiero a la angustia de equivocarse en el diálogo (...) No, de lo que hablo es de un terror del yo, de dejar que una noche el yo se aleje demasiado y escape, se separe completamente y se convierta en otro, y deje atrás solo una concha parlante, un traje vacío, fantasmal, rematado por una máscara sin ojos”.

Cleave ha intuido desde niño que quería ser actor porque ya en esos años tuvo la sensación de ser observado, pero lo definitivo fue su fantasía de poder transformarse en cada escena en un personaje imponente y más trascendente de lo que jamás podría llegar a ser él mismo. Por su parte, Axel Vander también ha vivido como otro porque la usurpación de identidad de su mejor amigo le brindó una libertad que jamás hubiera podido disfrutar si seguía siendo quien en verdad era. “Quizás, simplemente, no era tanto que quisiera ser él —aunque sí, quería ser él—, sino que deseaba con más ahínco no ser yo”. Axel Vander, el verdadero, era guapo e inteligente y su familia rica y sofisticada; el farsante, en cambio, provenía de una familia judía, quejosa y pobre, con un padre comerciante de ropa de segunda mano.

Eran los años confusos de la Segunda Guerra Mundial y no queda claro cómo murió el verdadero Axel ni la suerte que corrieron sus padres. Y son asimismo misteriosas las circunstancias que le permitieron al que se convertirá en un reputado crítico literario sobrevivir a la persecución en la Europa continental y viajar a Londres, desde donde iría finalmente a Estados Unidos. Es su trayectoria fulgurante en el mundo académico la que ahora está en riesgo porque alguien, una mujer que él imagina vieja y resentida, le ha advertido que sabe todo de su andadura juvenil en Amberes durante la conflagración, incluidas sus posiciones antisemitas... Como al actor, este desenlace oprobioso no le sorprende, después de todo no olvida que “toda la vida he mentido. Mentí para escapar, mentí para ser amado, mentí por conseguir una posición y poder; mentí para mentir”.

El baile de máscaras al que asiste el lector en Eclipse e Imposturas continúa en Antigua luz, la novela con que se forma la trilogía Cleave. En este último libro, el famoso actor de teatro, ya retirado, es sin embargo convocado para protagonizar en el cine la vida de Axel Vander... Es una suplantación que se superpone a otra, casi hasta la comedia. (En el mundo del escritor, el propio Banville ha emulado a su personaje: escribe novela negra con el seudónimo de Benjamin Black y, a su vez, este se ha puesto en los zapatos de Raymond Chandler para revivir a su famoso detective, Philip Marlowe, en La rubia de los ojos negros. Y Banville luego ha hecho otro tanto al escribir La señora Osmond, continuación de la novela de Henry James Retrato de una dama.). Mientras, Cleave desconoce lo que ya saben quienes han leído Imposturas: Cass, su hija, que se suicida en Eclipse, es la mujer en conocimiento del secreto del crítico literario, que al final no lo denuncia, sino que comienza con él una relación en la que sublima el amor no filial que siente por su padre. Además, Cass sufre del síndrome de Mandelbaum, que se confunde con la epilepsia y, también, se le considera una forma pura de esquizofrenia, que la hace ser ella y otra (por sus ataques seguidos de retraimientos, por las voces)... En Antigua luz, Cleave sigue retornando al pasado: recuerda su extraordinaria aventura amorosa a los 15 años con la señora Gray, madre de su mejor amigo, y viaja con Dawn Davenport, la coprotagonista de la cinta, al lugar de donde ha saltado su hija, en un intento —otra suplantación— de que la joven estrella de cine llene el doloroso vacío dejado por Cass.

Antes de Antigua luz, Banville publica El mar. Morden es un historiador de arte que ha perdido a su esposa, Anna, tras una agonía de 12 meses de enfermedad. En medio del abismo en el que ahora se encuentra, decide refugiarse en los Cedros, en una casa de la costa que alquilaban en los meses de verano a familias como los Grace. Él (un niño), su padre y su madre, se quedaban en los chalets, la tercera categoría de los veraneantes, detrás de quienes ocupaban las casas de alquiler y se hospedaban en los dos hoteles del pueblo. Era el tiempo de los grandes descubrimientos: soñaba con el amor de la señora Grace y terminaría amando a su hija, Chloe, quien le enseñaría, a su manera cruelmente infantil, el precio de los besos. También conocería una faceta oscura y dolorosa de la existencia.

La novela, por la que en 2005 el escritor irlandés obtuvo el Premio Man Booker, guarda más de un vínculo con las otras tres. Morden es muy cercano a su hija (Claire), como Cleave lo fue de la suya (Cass). Ambos, cuando las niñas no pueden dormir, las sacan en medio de la noche a dar un paseo en carro. Los dos tienen amores ideales siendo niños o poco más (las señoras Gray y Grace) y los dos regresan a casonas del pasado (la pensión en ruinas y la casa de alquiler) tras indicios que interpretaron de un sueño. Aunque Lydia, la esposa de Cleave sigue viva, no así Anna ni Magda, la esposa de Vander.

Sobre todo para Cleave y Morden, la memoria representa una posibilidad de redención, aunque saben que podía ser un recurso frágil e ilusorio. “Imágenes del pasado remoto se agolpan en mi cabeza, y la mitad de las veces soy incapaz de distinguir si son recuerdos o invenciones. Tampoco es que haya mucha diferencia, si es que la hay”, advierte Cleave en la primera página de Antigua luz, al tiempo que la narración de Morden está punteada de condicionales porque no está seguro de todo lo que escribe sobre aquel verano.

No terminan aquí las similitudes. Sus viajes al pasado lo cumplen como a través de sucesivas capas de niebla y en esa realidad de aristas desdibujadas (“Ni duermo ni estoy despierto, sino que habito un confuso estado intermedio”, otra vez Cleave) la luz es casi siempre lienta, irrealmente clara, lechosa, sucia, trémula, neurálgica, parecida a un gas claro, gastada...

Además, los tres comparten una sensación de extrañeza:

Cleave: “... persistía una extraña sensación de distanciamiento (...) de estar allí y no estar, como si todo ocurriera aún en las profundidades de un espejo, mientras yo permanecía fuera, observando, sin tocar”.

Vander: “En ese momento, al igual que tantas otras veces, tuve la sensación de apartarme ligeramente de mí mismo, como si me desenfocara y me separara en dos personas”.

Morden: “Es curioso lo a menudo que me veo estos días como de lejos, como si fuera otra persona y haciendo cosas que solo otra persona haría”.

La impresión de desdoblamiento, la porosidad de la frontera entre ilusión y realidad, la condición espectral de la luz, todo conforma la advertencia del riesgo que corren Cleave, Vander y Morden: convertirse en fantasmas.

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