300 palabras sobre Una canción del ser y la apariencia, de Cees Nooteboom
En Una canción del ser y la apariencia (1981), de Cees Nooteboom, un escritor que lleva bastante tiempo sin escribir está dándole vueltas a la historia de un coronel, un médico y la esposa de este, de quien se enamora el primero. Ya ha caracterizado a sus personajes. Al coronel, por ejemplo: Liuben Georgiev, soltero, monárquico, detesta el bullicio y se le tiene por cínico, y a ella, Laura Ficev: un poco fantasmal, causa la impresión de ingravidez, sus movimientos parecen corresponderse con los de un cuerpo sin articulaciones y el sonido de su voz casi se disuelve en el mismísimo acto del decir, no instantes después. Además, ya sabe que ambientará el relato en la Bulgaria e Italia de finales del XIX. De modo que parte sustancial del trabajo lo tiene adelantado. Sin embargo, está paralizado por sus pensamientos sobre el propio hecho de escribir. “Esse est actus et potentia (…) Esa es la solución a tu problema, porque no es ningún problema. ‘Lo que es, es tanto realidad como posibilidad’. Lo que inventas es, al ser posible, también realidad”, lo sacude un colega exitoso, nada metaliterario: él escribe porque es placentero, le pagan por ello y es famoso, aunque solo sea en los Países Bajos. “Las personas me leen porque reconocen algo, quizá incluso porque, paradójicamente, reconocen algo que aún no sabían, y con eso me conformo”, agrega. “La cuestión es solo por qué lo haría alguien, por qué debe añadirse una realidad inventada a la ya existente”, le responde. Además, el triángulo coronel-médico-esposa, ¿qué dice de su propia interioridad? “Tu lector solo quiere saber cómo termina tu coronel y le da por el culo tu preciosa interioridad”, le riposta su amigo, ya cansado de advertirle la máxima de algunas inteligencias: un exceso de reflexión paraliza la voluntad.