84, Charing Cross Road, de Helene Hanff
84, Charing Cross Road, de la estadounidense Helene Hanff (1918-1997), es una pequeña joya autobiográfica: en 1949, Hanff, escritora de obras teatrales rechazadas y decidida a obtener una formación clásica autodidacta, lee en un suplemento literario la oferta de la librería londinense Marks & CO, especializada en libros agotados. Les escribe solicitándoles unas obras, que ella pagará a vuelta de correo (vive en Nueva York), y ese es el inicio de una correspondencia que durará veinte años y cuyas epístolas son las recogidas en esta novela.
Comienzan con un tono formal, pero poco a poco la relación entre la estadounidense y su corresponsal inglés, Frank Doel, llega a los terrenos de la confianza y el afecto: ella, con humor e ironía, no deja de burlarse de la flema inglesa; él, por su parte, se anima a tutearla. Y todavía más, los otros empleados de la librería y la esposa de Doel también le escriben, muy agradecidos porque Hanff ha sido muy amable con ellos: cuando se entera de las restricciones de todo tipo que padecen los ingleses en la inmediata posguerra, les envía huevos en polvo, jamón, carne y otros víveres: oro en esa época. Al mismo tiempo, Hanff promete ir a Inglaterra, pero es un viaje siempre postergado porque no le sobra el dinero; ha tenido que gastarlo, primero, en arreglarse la dentadura y luego en mudarse; en otros momentos, sencillamente se ha quedado sin empleo. Cuando al fin cruza el Atlántico, Doel ha muerto y Marks & CO ha cerrado, en una dolorosa ironía: gracias al éxito de 84, Charing Cross Road, publicada en 1970, es que ha podido viajar.
Las cartas tienen el tono natural, la autenticidad, mejor, de lo que se escribió, al principio, como pasaporte para perdidas y hermosas ediciones de pretéritos autores ingleses y continuó como vínculo entre desconocidos. Con todo, 84, Charin Cross Road es antes que nada un tributo a los libros, al amor a los libros. Que dilatan los mezquinos límites de nuestra existencia es un tópico, pero es que esa es su inmensa e invalorable virtud: hacernos crecer. ¡Cómo conoce, a través de ellos, una Inglaterra en la que nunca ha estado! Además, cuando Hanff describe la recepción de cada paquete, cómo no se cree que esa maravillosa edición, encuadernada en piel, con letras doradas y un suave papel, esté en sus manos. A mí me recuerda que la lectura es también tocar y oler: tengo Rayuela en la edición de Biblioteca Ayacucho y en la que sacó Alfaguara a propósito de los 50 años de esta novela, pero mi preferida es la pequeña de Sudamericana, con sus hojas amarillas y ese olor inimitable de papel y tinta viejos bajo la portada negra.
A veces, Hanff hasta siente que esos libros, todos usados aunque en buen estado, con las marcas de quienes los tuvieron primero y ahora indican el camino a otros, avergüenzan su modesta biblioteca, hecha con guacales de naranja. ¡Y todo por un precio que le parece ridículo: no hay ningún envío que por sí solo cueste más de unos poquísimos dólares: que si 2,45, que si 1,50…! Del tono de la correspondencia se evidencia que Hanff no está aprovechándose de los ingleses y que en Marks & CO no son unos ingenuos: no hay mayor placer para un buen librero que complacer a un apasionado lector, el precio es apenas un mal necesario entre ellos, que adoran los libros…
84, Charing Cross Road fue en su momento éxito teatral en Londres y Nueva York (otra ironía para Hanff) y hay una película, protagonizada por Anne Bancroft y Anthony Hopkins (La carta final, de 1987). En Anagrama, la edición que tengo, es un librito de tapa dura, con una sobrecubierta ilustrada con sellos postales, muy cuidada en su sencillez comercial.