300 palabras sobre Almas grises y El informe de Brodeck, de Philippe Claudel
Ambas son novelas policíacas porque en ellas hay un crimen, pero lo fundamental no son las investigaciones que conducen al esclarecimiento y la detención de los culpables. De hecho, los culpables nunca son detenidos. En las dos se busca responder al porqué, no al quién ni al cómo. Una y otra, además, comparten el trasfondo del enfrentamiento bélico: en Almas grises acaba de comenzar la Primera Guerra Mundial, en El informe de Brodeck hace un año que finalizó la segunda. Y tanto una como la otra se desarrollan en unos pueblos alejados de todo, incluso de las conflagraciones; de ellas saben sus habitantes porque en el horizonte se ve un decorado de humo (Almas grises) y porque uno de ellos (Brodeck) regresa de la guerra y en la localidad ha estado un regimiento militar enemigo. Ambos conflictos son contrapuntos a lo que ocurre en esas pequeñas localidades, representan la amplificación de la sinrazón que anida en el hombre y cuyas consecuencias no son menos trágicas porque en lugar de morir millones sean asesinadas solo dos personas: una niña en Almas grises y un extraño forastero, de tintes sobrenaturales, en El informe de Brodeck. El infierno, después de todo, no se define por el tamaño y en estas novelas los personajes-narradores intentan olvidarlo escribiendo. Uno, lo hace años después del crimen de la niña, en cuya investigación tomó parte; el otro, Brodeck, de manera contemporánea con los hechos. Aquel porque no soporta más cargar esa memoria silenciosa; este porque piensa que la escritura —memoria con potencialidad de ser conocida por otros— debería servir para advertir a los aún inocentes de la profundidad del sufrimiento. Hay que agregar que en estas historias policíacas también hay pistas falsas y al final una revelación: al ser humano le es insoportable conocer su verdadera naturaleza.