300 palabras sobre Jugador, de Alexander Baron
Harryboy Boas es un solitario, adicto a las apuestas y lector de literatura: si gana lo suficiente por las patas del galgo correcto, se retira a una habitación a leer días enteros, levantándose apenas para comer y estirar las piernas. Viste con elegancia, pero vive en el viejo barrio de su infancia, una zona pobre de Londres, alquilado en una habitación. La casa es segura y, lo más apreciable, silenciosa. Un día, a una de las habitaciones de planta baja, se muda una joven pareja con su niño, Gregory, de cuatro años. Él trabaja como contador, ella es ama de casa y el pequeño es todo lo insoportable que se puede ser a esa edad. Ahí está el punto de quiebre para Harryboy. Primero lo conquista el niño. Gregory es sinónimo de ruido e irrumpe en su habitación sin anunciarse en cualquier momento del día, con lo que pone fin a sus lecturas, pero Harryboy antes que condenarlo, sucumbe al gesto minúsculo, tierno y poderoso de un beso infantil en la cabeza. Después se hace amigo del padre y se llega al punto de que la esposa, una mujer joven, pero de piel amarilla y carácter amargo, se le ofrece, pese a que desde el principio no ha hecho más que demostrarle que Harryboy no es de su agrado. Jugador, de Alexander Baron, discurre sobre estos dos personajes y muestra cómo algunos son capaces de cambiar, incluso en abierta oposición a su naturaleza (o a lo que creen es su esencia), y otros permanecen inmutables. Harryboy descubre que es capaz de ser solidario con el prójimo, incluso poniendo en riesgo su vida, mientras que la mujer se consume en su egoísmo y prejuicios, ajena al sacrificio del esposo y a las lecciones de convivencia que le da su propio hijo.