300 palabras sobre Mujer bajando una escalera, de Bernhard Schlink
Un abogado exitoso, dedicado a las fusiones empresariales, debe un día resolver el pleito que un pintor tiene con el adinerado dueño de Mujer bajando…, quien no le permite restaurar su obra. El hecho es que el propietario del cuadro lo daña cada vez a propósito para vengarse de quien le arrebató a su joven esposa. Ambos quieren todo: la pintura y la modelo, mientras esta, Irene, no desea ser solo trofeo o inspiración y se las arregla para huir con la obra, en una jugada donde el abogado, que en principio no debió siquiera aceptar el caso, acaba enamorado y, como los otros dos, abandonado. Todos van a reunirse treinta o cuarenta años después en un remoto lugar de Australia, donde Irene se ha encontrado a sí misma. Nada ha cambiado, en el sentido de que exesposo y pintor, ahora famosísimo, siguen en su estúpida pelea de egos y el abogado, viudo y con dos hijos ya mayores, no ha dejado de amarla. Cuando los otros dos se han marchado, el abogado se queda con ella, que está muy enferma. A lo mejor Irene lo amó también, pero ya es demasiado tarde. En esos últimos días, ella se desnuda para él y baja la escalera, tal como lo hizo otrora para que la inmortalizaran, hacen el amor por primera y única vez: lo que resta es permanecer juntos. Entonces, cada noche, ella le pide que le cuente cómo hubiese sido si hubieran huido juntos, si los dos hijos de él también lo fueran de ella… Es el vano intento de recuperar lo irrecuperable y la constatación de que empeñarse en una búsqueda es meterse en un túnel. Es una novela sobre la necesidad de saber quiénes somos en realidad y del riesgo de extravío que, paradójicamente, entraña esa indagación.