300 palabras sobre Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla
Prohibido entrar sin pantalones, del español Juan Bonilla, se ocupa de Vladímir Maiakovski, quien por varios años —antes y después de la Revolución de Octubre— fue figura destacada de la poesía rusa. Militó sin concesiones en el futurismo, al punto de que junto con otros colegas abucheó a Marinneti —el italiano creador de esta vanguardia— cuando visitó Moscú… Sin embargo, mantenerse fiel a sus principios lo condenaría. Antes de la toma del poder por parte de los bolcheviques, los futuristas tenían en la burguesía, en sus modos y sus pastitas con té, el principal objeto de ataque. Luego del triunfo, Maiakosvki, de entre los futuristas, fue casi el único que se tomó en serio la posibilidad de que la Revolución fuera el terreno adecuado para la realización de todo cuanto habían soñado; en primerísimo lugar, que el arte se convirtiera en instrumento transformador de la realidad. Sin embargo, Maiakovski acabó desilusionado. Cuando miraba a su alrededor, habían sobrevivido los de siempre: ya nadie se acordaba de que Máximo Gorki, por ejemplo, se opuso en público a los bolcheviques y llegó incluso a apoyar la idea de asesinar a Lenin. Por no renunciar a sus convicciones, Maiakovski fue apartado; irreductible, se negó a rebajar el nivel de su creación literaria para lograr la aceptación general: si los obreros no entendían de arte, la solución era hacer de cada obrero un artista. Para los nuevos amos, sus críticas, su irreverencia, estaban bien en 1914 y 1915, cuando aún gobernaba el zarismo, no ahora, cuando todos hablaban en nombre del pueblo y era este el que estaba en el poder. ¿Hasta dónde hay que ceder? ¿Es siempre el precio tan alto? Se sobrevive cuando se es aceptado, pero ¿no es la renuncia tan grande que la propia aceptación lograda pierde todo su sentido?