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Foto del escritorFrancisco Vallenilla

No hay neutralidad existencial

300 palabras sobre La casa de los encuentros, de Martin Amis


 


 

La casa de los encuentros, del británico Martin Amis. He aquí un triángulo: un exmilitar, su medio hermano y la mujer por ambos amada. ¿El fondo? La Unión Soviética de la posguerra y, con más precisión, el Norlag, una prisión siberiana. Durante toda la novela se tiene la impresión de que los lados de esa figura geométrica están a punto de explotar. Lado del exmilitar: condecorado por su desempeño en la Gran Guerra Patria y luego condenado por fascista e internado en ese gulag. A los dos años de estar allí, llega su hermano, también condenado, aunque el motivo de su encarcelamiento está menos claro; se llama Lev, es feo y de figura insignificante, pero resulta que está casado con Zoya, la mujer amada por el exmilitar. ¿Si dejara morir a Lev, Zoya sería suya? Lado de Lev: pacifista, aspirante a poeta, se niega a formar parte del irracional y violento rebaño de hombres degradados de la prisión. Lado de Zoya: es judía, pero el antisemitismo no es su principal preocupación, ella parece flotar por encima de la realidad. El exmilitar sobrevive al gulag y se vale de la corrupción burocrática para emigrar a Estados Unidos, donde vive de una patente con aplicación médica. Lev, en cambio, no se recupera de esa experiencia traumática y ya en libertad tiene la convicción de que está fuera del juego: no disfruta del bien de ser amado por Zoya, quien termina dejándolo. Se casa de nuevo y es padre, pero solo es la postergación de su rendición final: muere en un hospital, entregado al uso de una droga experimental. Mientras, Zoya también contrae matrimonio otra vez, pero está quebrada en su interior: la ignorancia no salva. Actuar (el exmilitar), dejar de hacerlo (Lev) o no oponer resistencia (Zoya): en cualquier caso, hay consecuencias.


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