300 palabras sobre El espectro de Alexander Wolf, de Gaito Gazdánov
En la guerra civil que sigue a la Revolución de Octubre, un soldado del ejército blanco se pierde: se ha dormido apenas un instante, recostado de un árbol. Cuando abre los ojos está solo, ningún rastro de su pelotón: comienza a caminar hacia donde cree que debieron ir los otros. En el camino, tan sola como él, encuentra una mula famélica que será su cabalgadura. Tiene miedo y la falta de sueño lo mantiene en un estado de semiinconsciencia, pero aquel jinete que cabalga impetuoso hacia él en un caballo blanco no es producto de su imaginación. Asustado y débil, aún tiene el juicio suficiente para utilizar su pistola y matar a su oponente. Luego escucha nuevos galopes, de modo que huye del lugar. Es solo un muchacho de dieciséis años y la muerte de aquel desconocido será la primera y única que se deba a su mano. No debe reprocharse nada: como soldado, no ha hecho más que atender al principio natural de la guerra: aniquilar al enemigo; como hombre, actuar en defensa propia. Sin embargo, el recuerdo no lo abandona y un día, en París, muchos años después, lee un cuento donde se recrea el episodio protagonizado en Rusia. La conclusión es única: solo pudo haber sido escrito por la víctima. Comienza entonces la búsqueda del autor… El espectro de Alexander Wolf parece en un primer momento una novela dedicada a la increíble relación entre realidad y ficción. Pero cuando finalmente se produce el encuentro con Wolf, tiene un giro hacia el reconocimiento de que en la vida de todo hombre hay un punto milagroso. No en el sentido usual de asombroso que tiene esa palabra, sino en su acepción de lo que excede las fuerzas y capacidades de la naturaleza, en este caso, fuerza y capacidad humanas.