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Foto del escritorFrancisco Vallenilla

Ser quien no se espera

300 palabras sobre Karl y Anna, de Leonhard Frank


 



 

Ese hombre era un impostor, pero era verdad lo que decía. Anna lo había visto presentarse en su casa con toda naturalidad. Sabía donde estaba cada cosa y hacía observaciones que recordaba haberle escuchado a su marido, como la necesidad de pintar una silla. Además, conocía el lugar exacto de sus tres lunares… “Cruzadas las manos por debajo del pecho, permaneció desconcertada al advertir que aquel desconocido sentado allí, en su hogar, con el pecho inclinado hacia adelante, no le era totalmente desconocido”. Se llamaba Karl, pero a ella le aseguró que era Richard, su marido, que había regresado pese a que hacía cuatro años que Anna había sido informada por las autoridades de su fallecimiento, ocurrido el 4 de septiembre de 1914. Si no insistiera en ser Richard, todo sería menos confuso y complicado: nadie cuestionaba los amoríos de las mujeres casadas durante la ausencia de sus maridos movilizados; si el esposo volvía del infierno de la guerra, el amante sencillamente dejaba el lugar y se sabía de casos en los que los tres concernidos convivían en paz. Pero su situación era distinta, porque aceptar a ese hombre, extraño y familiar a un mismo tiempo, era como negar toda existencia a Richard, no era que viviera y ahora estuviera muerto según el aviso oficial, sino que nunca había sido, ya que el hombre que tenía al frente sabía todo de ella y de ellos juntos: en su memoria, ese desconocido también era su marido. Karl y Anna, de Leonhard Frank, es una novela sobre el poder de las palabras para crear realidades: Karl y Richard, de la misma estatura y con igual piel oscura, habían sido prisioneros en un campo siberiano y durante su cautiverio el primero contaba cada noche todos los detalles de su vida junto a Anna.

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