300 palabras sobre Severina, de Rodrigo Rey Rosa
Ella recorrió los anaqueles de su librería, La Entretenida, y él vio cuando se ocultó un libro. No le dijo nada esa vez ni las siguientes, solo anotaba los volúmenes sustraídos y permanecía cautivado por la belleza de esa consumada ladrona. Comenzó a asistir a las lecturas de poesía de los lunes y la lista que él mantenía pegada a la caja registradora crecía, como su atracción por ella. Ambos mintieron cuando al fin la confrontó, porque en La Entretenida no había cámaras de seguridad y el celular de ella era de mentira: no habría podido llamar a nadie para que la ayudara a escapar. En la segunda oportunidad que hablaron, no había robado nada y lo retó a que la registrara. Pasó sus manos con suavidad por sus costados. “¿Querés seguir?”. Y entonces se puso detrás de ella y el recorrido incluyó su cuello y espalda, su entrepierna y las nalgas, hasta la resolución de una bofetada sin convicción y un beso. Severina (del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa) tenía un acento del sur del continente, de Argentina o Uruguay, vivía con su abuelo y a ambos “los habían acusado de toda clase de vicios, delitos y aun de crímenes (…) Nos han llamado agentes, estafadores, nos han confundido con espías (…) Pornógrafos de esto y de lo otro, en fin. Lo único que hacemos sin variación es servirnos de los libros en general para vivir”, le describió el viejo cuando lo conoció. Él comprobaría que eran acusaciones de gente con poca imaginación, pues de lo contrario los habrían reconocido por su verdadera naturaleza, la de viajeros. “Leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse. Leer, aun siendo un acto comúnmente sedentario, nos vuelve a nuestra condición de nómadas”, dice Antonio Basanta en Leer contra la nada.