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Foto del escritorFrancisco Vallenilla

Volver para no encontrarse

300 palabras sobre Las solidaridades misteriosas, de Pascal Quignard


 


 

Todo regreso es deseo y el de Claire, que retornó al pueblo de Bretaña donde vivió hasta la adolescencia, permanece velado pese a lo mucho que es dado conocer de ella. Que era huérfana y mantenía un contacto esporádico con su hermano, Paul. Que estuvo casada y era madre de dos hijas, a quienes tampoco frecuentaba: se divorció cuando la menor apenas tenía seis días de nacida y a ambas niñas las crio su exesposo. Que su único amor fue Simon, de adulto farmacéutico y alcalde de uno de esos pueblitos verticales que se aferran al granito que la costa bretona opone al mar. Que tenía cuarenta y siete años cuando volvió, olvidada de su exitosa carrera como traductora, y sufría ataques de angustia que la empapaban de sudor. Que “aquel lugar le gustaba. Le gustaba el aire tan transparente, gracias al cual todo estaba más próximo (…) Sentía la necesidad de recuperar todo lo que aquí, tiempo atrás, descubrió del mundo”. Que, en efecto, recuperó brevemente el amor de Simon, pero en cambio se hizo más íntima y permanente la relación con Paul, y revivió su vínculo con la vieja profesora de piano, la señora Ladon. Que Claire “siempre lo vivió todo con una brusquedad y una intensidad muy particulares” (Paul). Que se convirtió en una presencia enigmática en las playas, alta, flaca, sin broncearse pese a tanta intemperie y de un andar magnífico con su cabellera blanca, de quien los turistas preguntaban “¿Quién es esta vieja que habla con las olas y a la que las olas parecen responder?”. En Las Solidaridades misteriosas (2011), de Pascal Quignard, se sabe todo esto de Claire, pero no por qué regresó. ¿Cuál era el desconsuelo de esa mujer poseída por sobresaltos de energía que la arrastraban, la frenaban o la devastaban?

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